Jaime Correa Deulofeu

La primera batalla que gané y de la que ya ni me acuerdo, fue antes de nacer, contra un ejército de más de 200 millones de espermatozoides. Según diversas fuentes, en el mundo mueren cada año por diferentes causas más de 300 millones de persona, de modo que si estoy escribiendo esto es porque no estoy en la lista de los miles de millones de seres humanos que han muerto desde el día de mi nacimiento. La última batalla ganada es de la semana pasada, contra el poderoso virus de la gripe, que también se lleva millones de personas por año. Estos datos, además de alegrarme el día, me sirven para ejercitar el cambio que supone la entrada a la Era de Acuario. Era de la Luz y la Fraternidad Universal. Tiempo de refrescar mi memoria y aumentar mi conciencia cósmica. Tiempo de meditar sobre la fragilidad de la vida. Sobre lo efímero del tránsito en este mundo. Sobre la misión que me corresponde, si es que hay una misión que cumplir en nuestra existencia. Luego están las otras, las batallas per

El sol de Vigo se abrió paso entre las nubes aquel 24 de Octubre, y la lluvia otoñal se convirtió en calor humano para acompañar el parto de una nueva criatura poética musical. El mismo día que España entristecía por la muerte de Manolo Escobar, y Argentina se congratulaba por la primera visita de Loreena McKennitt, en Luces de Bohemia, se reunió un grupo de cultivadores de la amistad y amantes de la buena música. Estaban los de siempre y otros no habituales, disfrutando del reencuentro y el arte de este polifacético artista patagónico que hoy vuelve a sorprendernos.   “yo vengo del sur , -dijo-, donde se nace en cada pétalo de flor, donde se muere en cada lágrima de amor, de ese lugar vengo yo. Y traigo mi regalo hecho voz y poesía, el canto simple que no ha muerto todavía…”.   La inconfundible voz de Esther fue abriendo las puertas por donde entraron las canciones, buscando un lugar entre el público y los sillones de la coqueta sala. Los sonidos y las le

Lunes 25 de Noviembre de 2013, seis de la tarde, cafetería del Hospital Meixoeiro de Vigo. Un café con leche en la mesa, el Otoño en la ventana, y la angustia en el alma.          El sol se apresura a esconderse detrás de los montes vecinos, dejando un hilo de luz que se cuela entre las hojas que aún no cayeron de los árboles. Bella vista que en cualquier momento podría ser motivo de ensoñación pero hoy, hoy no le puedo brindar la atención que merece. Sin embargo, si este entorno natural está ahí, será por algo. No obstante no me distrae el paisaje,  ni el gentío que me rodea, porque mi pensamiento no se puede dar el lujo de elegir camino. Hoy tiene un solo destino, una meta fija: que Inés supere bien y pronto su salud. El café me calienta el estómago, mientras reflexiono sobre el cartel que cuelga en uno de los pasillos del hospital: “La vida, el mejor regalo”. Estoy solo, y acompañado al mismo tiempo. Estoy triste, y confiado al mismo tiempo. La eterna contradicción del se