A León siempre se vuelve





La población española, en proporción a su territorio, es a la vez un problema y una ventaja. Momentos hay en los que nos parece que somos demasiados, que ya no cabemos y sentimos, sobre todo en las grandes ciudades, cierta sensación de agobio.
Sin embargo, tener a tiro de piedra una gran cantidad de pueblos, aldeas y rincones a los que no se alcanza a conocer en plenitud, ni en una vida entera, es una verdadera fortuna. Eso convierte a España en un territorio único y fascinante.

Una de las escapadas de este verano fue a la provincia de León, tierra a la que siempre se vuelve. Motivos nunca faltan, ya sea porque tienes en ella raíces familiares, porque los leoneses son gente maravillosa, o porque has hecho allí nuevos y queridos amigos.
Por si fuera poco, el destino quiso que tuviera en Vigo un vecino oriundo de Veguellina de Órbigo, y hasta allí nos vamos cada vez que podemos, a pasar unos días alejado del mundanal ruido, a dejar que el viento acaricie tu rostro en un paseo en bicicleta, y a redescubrir la historia y la cultura de una tierra singular.
En esta ocasión no pudimos llegar a Geras de Gordón, tierra de los abuelos de Inés, de Teresa y de tantos otros argentinos, pero en cambio tuvimos la suerte de poder compartir mate y vida con un querido amigo, César Tamborini y su esposa Patricia. Entre el patio de su casa, la terraza y el quincho (que alberga el infaltable museo familiar de artesanías gauchescas), desatamos historias y trenzamos proyectos de futuro, relacionados sobre todo con una de las aficiones que compartimos, la literatura.



El tiempo siempre tirano, se nos escapaba entre las visitas a otros amigos, como la encantadora Carmina con su huerta milagrosa, o nuestra querida Pepita que nos esperaba en su casa con un Cocido Maragato que quitaba el sentido.
Con ella y su hijo Carlos hicimos una visita cultural a uno de los pueblitos con más historia de la región, Castrillo de los polvazares, donde uno se puede hacer una idea cómo era la vida de aquellos maragatos que un día emigraron a América para continuar allí construyendo se destino. Cómo no emocionarme al caminar sus calles empedradas, después de haber tenido la suerte de conocer y vivir en la ribera del Río Negro, en Viedma y Carmen de Patagones, a cuyos habitantes aún hoy se los conoce como “maragatos”, por la cantidad de emigrantes de esta región leonesa que se instalaron en aquellas tierras patagónicas, y entre ellos mis abuelos.
La historia entra mejor cuando es contada por habitantes de la zona, nacidos y criados, y entiendes mejor muchas cosas que no están en los libros de historia.




En esta ocasión no pudimos llegar a Geras de Gordón, tierra de los abuelos de Inés, de Teresa y de tantos otros argentinos, pero en cambio tuvimos la suerte de poder compartir mate y vida con un querido amigo, César Tamborini y su esposa Patricia. Entre el patio de su casa, la terraza y el quincho (que alberga el infaltable museo familiar de artesanías gauchescas), desatamos historias y trenzamos proyectos de futuro, relacionados sobre todo con una de las aficiones que compartimos, la literatura.





Ya por la noche nos acercamos a Astorga, capital de la Maragatería que estaba en plena fiesta a su patrona Santa Marta, a disfrutar de algunos de sus espectáculos callejeros y por supuesto, de su rica gastronomía.






Rematamos la visita en el “mercadillo de los viernes”, donde los extraordinarios frutos de la zona, los quesos y embutidos, hablan por sus colores y aromas, se comunican con el visitante. Y si vas con el alma atenta y sensible, puedes llegar a escuchar la voz de tus antepasados. Es un instante sublime, en el que cierras el círculo de tu historia personal, uniendo el pasado con el presente, sintiendo cómo el espíritu se sube a la noria de los tiempos con un billete de ida y vuelta.
Por eso, cuando me preguntan por León digo, a León siempre he de volver.

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