La lección nepalí
Casa, coche
y televisión, electricidad, agua potable y alimento en la despensa, puede ser para la mayoría un obstáculo a la comprensión de lo que está pasando en
el mundo. A la minoría que tiene mucho más, le interesa mucho menos, pero
nosotros, la clase media (no mediocre), no somos conscientes de nuestras
fuerzas, capacidades y poder. Aún con
esas cosas básicas corremos el riesgo de aburguesarnos, de caer en el
conformismo, la resignación, la impotencia de creer que nada podemos hacer para
cambiar el orden de las cosas.
Nuestros
hermanos nepalíes buscan hoy entre los escombros de sus casas lo que antes
guardaban en sus templos sagrados, un sentido de la vida que equilibre el
sentido de la muerte. Lo que a todos nos gustaría encontrar. Por eso, desde la década hippy de los sesenta, millones de jóvenes nos trasladamos hasta el
valle de Katmandú, física o virtualmente a través de la literatura.
Comparado
con sus gigantes vecinos, Nepal es relativamente pequeño pero con muchos rincones
Patrimonio de la Humanidad, con un carácter forjado a golpe de viento y
distancia que bien conocemos quienes hemos vivido en la montaña. Un país hecho
a sí mismo, multicultural, multilingüe con una rica historia secular, perdido
en las montañas del Himalaya, que hoy vuelve a dar otra lección de humanidad. Sobre todo a una comunidad
internacional que no está haciendo todo lo que puede, como antes tampoco lo
hizo con Haití, ni con muchos otros rincones del planeta arrasado por fenómenos
naturales, o guerras absurdas.
¿Dejaremos
que se mueran los pobres, que se pierda la historia que construimos durante
siglos?. ¿Es eso lo que nos enseñaron nuestros padres y abuelos?.
“me preguntaron cómo vivía, me
preguntaron,
sobreviviendo dije,
sobreviviendo…”
cantaba como un mantra profético mi paisano Víctor Heredia.
Por
mis hermanos nepalíes hoy me pinto el bindi
en la frente, para seguir buscando en ese tercer ojo las claves que me ayuden a
soportar las imágenes dolorosas de estos
días, a entender un poco más la Vida del Mundo.
“…no quiero ver un día manifestando
por la paz en el mundo a los animales.
Cómo me reiría ese loco día,
ellos manifestándose por la vida.
y nosotros apenas sobreviviendo, sobreviviendo...”
por la paz en el mundo a los animales.
Cómo me reiría ese loco día,
ellos manifestándose por la vida.
y nosotros apenas sobreviviendo, sobreviviendo...”
Mi
gratitud de hoy para los amigos y familiares que practican diferentes técnicas
orientales como el Yoga, TaiChi, Ayurveda, porque gracias a ellos puedo conocer
y valorar más el sugerente mundo de las filosofías orientales, de las que tanto
tenemos que aprender en Occidente. Ana Merelles, Marita Vanoli, María Elena
Arraya, María Laura Medina, Gloria Pérez González, y hasta mi madre Delia
Deulofeu, porque a sus 84 primaveras sigue reflejando en su sonrisa los
beneficios que el Yoga le dio durante muchos años.
Pero,
no hay nada más poderoso que un nacimiento para devolvernos la esperanza de que
todo puede ser mejor. Esa alegría nos llega hoy de Argentina de la mano de mi
sobrino nieto Emilio. Bienvenido y felicidades a los autores de esta
maravillosa obra de arte.
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