El valor de la vida

Lunes 25 de Noviembre de 2013, seis de la tarde, cafetería del Hospital Meixoeiro de Vigo.
Un café con leche en la mesa, el Otoño en la ventana, y la angustia en el alma.         
El sol se apresura a esconderse detrás de los montes vecinos, dejando un hilo de luz que se cuela entre las hojas que aún no cayeron de los árboles.
Bella vista que en cualquier momento podría ser motivo de ensoñación pero hoy, hoy no le puedo brindar la atención que merece. Sin embargo, si este entorno natural está ahí, será por algo.
No obstante no me distrae el paisaje,  ni el gentío que me rodea, porque mi pensamiento no se puede dar el lujo de elegir camino. Hoy tiene un solo destino, una meta fija: que Inés supere bien y pronto su salud.
El café me calienta el estómago, mientras reflexiono sobre el cartel que cuelga en uno de los pasillos del hospital: “La vida, el mejor regalo”.


Estoy solo, y acompañado al mismo tiempo. Estoy triste, y confiado al mismo tiempo. La eterna contradicción del ser humano, cargar en la mochila penas y alegrías a partes iguales.
Cada uña que nos cortamos, cada pelo que se nos cae, es parte de nuestra vida que se nos va, como una cadena de sucesivas muertes diminutas. A cualquier edad, las enfermedades, las operaciones, etc., van acercando los extremos,  principio y final. Son las muertes chiquitas, que nos acompañan desde nuestra llegada al mundo.
¿Debería entristecerme la extinción del sol de la tarde?. Solo si no pienso que mañana volverá a salir. Me duele mucho lo que Inés está sufriendo, pero me mantiene en pie conocer su humanidad, su infinita fortaleza y la fe de que este cruel calvario es pasajero.



Domar el potro. Siempre me gusta decir que las emociones son como un caballo salvaje, como un potro al que hay que aprender a domar, para luego controlar las riendas en el resto del viaje, mantenerlas cortas y firmes, porque un caballo desbocado puede dar muchos disgustos.
A lo largo de una vida las crisis son inevitables, pero sí podemos evitar quedar pringados en el lodo de las lamentaciones, o ver todo con el prisma de la tragedia.
Verdad es que lo que está mal puede empeorar, pero no menos cierto que todo es perfectible de ser mejorado.         
¿Por dónde comenzar?. Muy fácil, por lo que tenemos cerca, por lo que somos, por lo que sembramos. Y no hay mejor punto de partida para recuperarse de cualquier caída o enfermedad, que la compañía y el cariño de los seres queridos. Las vitaminas más eficaces, de naturaleza humana.

Me ha tocado ser nexo transmisor de esa oleada afectiva que apunta al corazón de Inés. No es la primera vez, pero esta tiene otro valor, y como siempre, lo hago con muchísimo gusto.



Para una persona con sesenta y pico primaveras, salud envidiable, altísimo grado de responsabilidad familiar, laboral, social, que en más de treinta años de docencia no le falló un solo día a sus alumnos, que desde que tuvo a Valeria no ha pisado un hospital sino para visitar a familiares o amigos, no resulta fácil digerir este trago amargo. Mas el destino es el que es, y como dice el refrán, “al que no quiere sopa, dos tazas”.  De golpe, dos pasadas por el quirófano en menos de una semana. Con sus respectivos pinchazos, anestesias, y transfusiones.

Castigo o prueba. “Algo habré hecho mal para merecer este castigo“, pensamiento negativo que de vez en cuando pretende hacerse un hueco en nuestra mente. Pero los optimistas pragmáticos tenemos la obligación de ponernos las gafas para ver la realidad desde otra perspectiva. Porqué no pensar que es una de esas “muertes chiquitas”, inevitables, una de las pruebas que tenemos que pasar para prepararnos para la grande.
A falta de mate, buena es la compañía del café, y del sol radiante que nos acompañó toda la semana. 
 Mi amigo Emilio Vega, dice en la dedicatoria de su libro: gracias por el báculo de tu amistad para caminar por la vida. Qué bonito!. Eso es lo que sentimos con la  lluvia de saludos y mensajes de ánimo recibidos estos días. Son ese bastón en el que se apoya el peregrino para asegurar el andar. Son las energías positivas que necesitamos para cambiar a tiempo, cuando la incertidumbre parece vencer a la estabilidad. Cuando nos topamos con el cartel de Stop que Dios nos pone en el camino, diciendo:
…lo siento amigo, de aquí en adelante tienes que cambiar de carril.




Para olvidar. Para nunca olvidar.  Todos vivimos cosas que quisiéramos borrar de nuestro archivo vital, pero es más difícil que eliminar una foto de Facebook.                           
Lo hecho hecho está, lo vivido ahí queda, en algún lugar de nuestro subconsciente.            
A la gratitud, cuando es grande y profunda como el mar, no hay palabras que puedan contenerla, ni reflejarla en toda su extensión.
Si supiéramos ver el mar en una gota de lluvia, alcanzaríamos a ver a Dios en cada una de ellas, como la maravilla de la creación en cada gesto de nuestros amigos, en algo aparentemente insignificante como un llamado telefónico, un mensaje de dos líneas,
o el silencio de una compañía.                                                                                 
Aún en medio de un terremoto o de un tsunami la vida sigue presente. Aún en la noche más oscura y angustiosa de un quirófano, se siente el cariño de los seres queridos, como un pétalo de rosa que acaricia el alma. Así lo recibió Inés. Por ella estas palabras, germinadas al calor de las vuestras.
Continúa el sol acompañándonos, pero ahora con la alegría de tenerla en casa, recuperándonos del susto, con la esperanza de que vuelva pronto a ser esa mujer extraordinaria que un día, en la lejana Patagonia, me robó el corazón. 

             
Vigo, 30 de noviembre de 2013

Comentarios

Juan Luis ha dicho que…
Bien ahí señor Jaime. Espero que su esposa ya se encuentre perfectamente bien, muy bonito texto

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